“El primer paso para orientarse o para cambiar una situación consiste en comprenderla y, consecuentemente, el más esclavo de todos los hombres siempre es el que ni tan siquiera sabe que lo es”
Josep María Esquirol, El respeto o la mirada atenta
Nunca fui partidaria de las cajas cerradas, de los límites
férreos, de esa absurda costumbre de clasificar y diseccionar la realidad para
poder estudiarla. Más bien amiga de lo abierto y lo mestizo, de lo inexplicable,
de lo mágico: del mar, de las canciones, de las risas inesperadas y de los
amigos que no tienen nombre.
Ahora, con las redes sociales y la profusión de la corriente
informativa constante, todo parece moverse en ese lado de las cosas: todo
mezclado, confuso, libre en apariencia, sumergido en orgiástica y benéfica
armonía. Las líneas que dividen, las fronteras, se han ido disolviendo. Las
cosas que vivían cautivas en un bloque se han mudado a otro sitio y van y
vienen. No habitan en su caja cerrada y separada: las cosas ahora habitan en el
tránsito que enlaza esos cajones.
La idea parece interesante, enriquecedora y creativa, digna
de aplauso ¡bien!, la señora que se quita el corsé y siente que respira: una
bocanada de oxígeno con el que oxigenar lo arcaico y lo caduco.
Al fin y al cabo, también la poesía está en la prosa. El
mismísimo Aristóteles lo suscribiría. La prosa, en la poesía. Pero ahora
navegamos en aguas más procelosas: un grafiti es un poema que es un tuit y un
aforismo, pero también un cómic (porque lleva imágenes) y el cómic también es
una novela, y así hasta el infinito.
Un tema complicado, porque unas mínimas normas que respetar,
unos límites en los que mecerse, unas pautas o un nombre que poner a las cosas
evitaría la ceremonia de confusión en la que habitamos. Sin embargo, del otro
lado, habría que decir que unas cadenas demasiado severas, evitarían la
originalidad y la frescura de algunos nuevos géneros, aunque originalidad y
frescura suenen a campaña navideña de perfumes caros.
¿No será que en su afán por devorarlo todo la máquina del capital está devorando también los géneros? ¿Debe la literatura agachar la cabeza y someterse a sus leyes y a su necesidad de que todo sea efímero para que así podamos seguir gastando y alimentando al monstruo del dinero? ¿No se esconde tras la actitud moderna y renovadora de los que quieren romper los límites, una actitud de sumisión mayor a las normas del Gran Capitalismo disfrazado con pieles de cordero?
¿No será que en su afán por devorarlo todo la máquina del capital está devorando también los géneros? ¿Debe la literatura agachar la cabeza y someterse a sus leyes y a su necesidad de que todo sea efímero para que así podamos seguir gastando y alimentando al monstruo del dinero? ¿No se esconde tras la actitud moderna y renovadora de los que quieren romper los límites, una actitud de sumisión mayor a las normas del Gran Capitalismo disfrazado con pieles de cordero?
La poesía en las redes, en las fotos de Instagram, en los
perfiles de Twiter, en los blogs ultramodernos, en las webs superhipsters está
muy bien porque acerca la poesía a todo el mundo y te hace sentir popular. La
poesía y la manera de consumir que el capital nos manda: todo rápido, y fácil,
y sobre todo, perecedero. Lo importante, no lo olvidemos, es seguir produciendo
y consumiendo. Dicho a la manera de Ferlosio: mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado.
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