Hay un orden secreto que organiza las
cosas, una disposición universal de cada objeto. Nos gusta pensar que somos
nosotros quienes los hemos colocado en este o aquel sitio, pues eso nos afianza
en nuestra ilusión de demiurgos, de escenógrafos de lo cotidiano. Pero la
realidad -por lo menos esa forma de realidad que otorga la perspectiva del
tiempo- nos enseña que son los objetos los que acaban eligiendo el espacio que
quieren ocupar. Y lo siguen ocupando aunque nosotros nos obstinemos en cambiarlos
de lugar.
Hay un clavo en la pared de mi casa donde
falta un cuadro. No sé quién lo ha movido, ni cuánto tiempo hace, ni siquiera
qué imagen contenía aquel lienzo. Pero brilla el vacío de tal forma, se hace
tan presente la ausencia de aquel cuadro, que algunas veces pienso que todavía
sigue allí.
Los objetos acaban ocupando el lugar que
ellos quieren. Pero nosotros tratamos de llenar nuestro vacío moviéndolos constantemente.
Esta tarde, sin ir más lejos, he decidido
ordenar el viejo costurero. La tarde –y por extensión la mesa- se ha ido
llenando de palabras: strafor, hilván,
aguja, jaboncillo de sastre, botón cleck,
alfiler, cremallera, imperdible, presilla, festón, velcro y dedal. La idea de
que aquello estaba así tal y como lo dejaste llenaba mi acción de una
solemnidad extraña. El sol entrando por la ventana lateral y llenando la
estancia de sombras subrayaba ese aire admonitorio.
Fue tu último costurero. Antes de tener
este solías utilizar cajas de galletas. Galletas holandesas de mantequilla. Y el
que aún queda en la casa, reluciente, de pino, que había sido un regalo, no
acababa de gustarte, no recuerdo por qué, supongo que carecía del olor remoto
del azúcar, del recuerdo dulce de la mantequilla. O simplemente porque sabías
que sería el último. Quién sabe.
Lo que quiero decir es que he reordenado
el costurero porque necesitaba utilizarlo y los carretes de hilo estaban
enmarañados, las agujas hundidas en el alfiletero, a punto de perderse en su
corazón de espuma. He cosido un bolsito con tu hilo y lo he vuelto a cortar
demasiado largo y me he reído cuando se ha hecho un nudo por esta razón.
Dentro de un par de semanas todo volverá
a estar en su desorden mundano. Cada cosa en el lugar donde haya estado
siempre, donde la cosa misma prefiera estar: los imperdibles perdidos en el
fondo, las gomas recubriendo la caja de botones, mezclados los colores de los
hilos...
La semana pasada fue tu cumpleaños. Igual
que los objetos que viviste, tu voz también perdura en los mismos lugares:
sentada en la terraza, entrando a mi habitación por la mañana, debajo de aquel
sauce que murió antes que tú. No sirve de nada ordenarlos: los recuerdos
también habitan donde les da la gana.
Comentarios
Publicar un comentario