El arte de escribir es el arte de observar. Hacer que lo que
miras valga por veinte y que tu mirada convierta en novedad las cosas. Gran
parte de la literatura del siglo XX, y en eso Chéjov es un adelantado, es
contar qué pasa cuando no pasa nada, qué pasa en nuestra vida, qué pasa una
anodina tarde de domingo. Se pueden inventar muchas cosas, pero contar lo más
inmediato es un reto. Chéjov decía que hay que hacer poderosas las palabras
humildes e interesante a la gente vulgar
Luis Landero, entrevista en Babelia, El País (2007)
Leo nieves y estepas, deshielos en abril,
escarcha y hojas secas en lejanas ciudades de nombres imposibles. Campesinos
morados, ateridos, trabajando en la siega. Mujeres abrigadas con capa y con
manguitos que anhelan mariposas y veranos. Leo taigas y lluvias, cazadoras de
piel y bufandas de lana. La noche prematura, el vapor del samovar, el frío sin
esquinas van llenando despacio mi imaginación.
Un mujik de Dubechnia enciende la
chimenea de su casa. Yo leo en la terraza de la mía -tirantes y sandalias,
mosquitos y cigarras, 30 grados a la sombra- y pienso en la manera en que a
veces las cosas se enlazan desde límites opuestos, lejanas conexiones de
contrarios que le dan al presente un halo de irrealidad, una profundidad
extraña. Chejov en Denia o un payés como Pla andando por Siberia.
No es sólo el contrapunto en que se tensa
nuestra sed de ser otros, de estar en otro sitio; es la magia de estar en el
mismo lugar y en su contrario sin tener que moverse, sin tener que abandonar
ninguno de los dos. Más que el punto concreto en que se unen, la mínima porción
de su contrario que hay en todas las cosas.
Al levantar la vista del libro, el paisaje
solar, mediterráneo, que se extiende ante mí se ha transformado: entre las
sombras tintineantes del algarrobo, contemplo a Mijail y a María Victorovna.
Están dando un paseo, contentos de que al final, el verano se haya abierto
camino. Acaban de mudarse a vivir al campo y están felices. Se sientan en la
terraza. Él silba. Ella abre un libro. El tiempo se hace denso en su pequeña
aldea. Parece que no suceda nada.
Aquí tampoco. El nítido compás de una
mañana. Mi vida. La de Chejov. Apenas unos pájaros lejanos, el sonido suave de
las teclas, el aire entre las hojas, las páginas de un libro.
Comentarios
Publicar un comentario