“Yo voy acompañando al árbol siempre…
Siempre voy paralelo al desarrollo del árbol… “.
Antonio
López. El sol del membrillo.
De todo el léxico didáctico que nos acompaña a final de
curso, momento de buenos propósitos para el año entrante y demás pamplinas
burocrático-administrativas, me quedo con una palabra: acompañar. No creo que
haya que hacer mucho más en el ámbito de la educación obligatoria. Acompañar al
alumno mientras él va aprendiendo, mientras está en clase, mientras toma el
almuerzo, mientras se angustia porque la chica del pupitre de enfrente lo ha
rechazado, mientras golpea con fuerza la pelota para demostrar que es más
fuerte que los demás, mientras pregunta a sus compañeros sobre cómo debería
afrontar determinado problema, mientras se pelea con su memoria al intentar
recordar la estrofa de una canción o las leyes de la termodinámica. Estar ahí,
que sepan que estamos: mientras escribe su primer soneto y cree que el lenguaje
se ha inventado para que él pueda escribir ese soneto, cuando se cae del árbol
al que se había subido por ver si desde allí conseguía que la amiga le hiciera
un poco más de caso, cuando descubre que para caminar hay que empujar el suelo
hacia detrás, cuando ve en la palabra explayarse un eco del mar lamiendo las
orillas del tedio mientras su profesor explica interminablemente la Guerra de
la Independencia. Acompañar, estar ahí, prestar atención: escuchar sus
historias, hacerles preguntas y caminar con ellos un tramo del camino. Ser
testigos y poner a su alcance todas las herramientas del conocimiento que podamos.
Por más que queramos enseñar, no enseñamos nosotros, aprenden ellos.
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