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Mostrando entradas de julio, 2016

Chejov en Denia

El arte de escribir es el arte de observar. Hacer que lo que miras valga por veinte y que tu mirada convierta en novedad las cosas. Gran parte de la literatura del siglo XX, y en eso Chéjov es un adelantado, es contar qué pasa cuando no pasa nada, qué pasa en nuestra vida, qué pasa una anodina tarde de domingo. Se pueden inventar muchas cosas, pero contar lo más inmediato es un reto. Chéjov decía que hay que hacer poderosas las palabras humildes e interesante a la gente vulgar Luis Landero, entrevista en Babelia, El País (2007)      Leo nieves y estepas, deshielos en abril, escarcha y hojas secas en lejanas ciudades de nombres imposibles. Campesinos morados, ateridos, trabajando en la siega. Mujeres abrigadas con capa y con manguitos que anhelan mariposas y veranos. Leo taigas y lluvias, cazadoras de piel y bufandas de lana. La noche prematura, el vapor del samovar, el frío sin esquinas van llenando despacio mi imaginación.      Un mujik de Dubechnia enciende la chimenea d

En torno a la misma idea

VERANO Mediodía Transparentes los aires, transparentes la hoz de la mañana, los blancos montes tibios, los gestos de las olas, todo ese mar, todo ese mar que cumple su profunda tarea, el mar ensimismado, el mar, a esa hora de miel en que el instinto zumba como una abeja somnolienta... Sol, amor, azucenas dilatadas, marinas, Ramas rubias sensibles y tiernas como cuerpos, vastas arenas pálidas. Transparentes los aires, transparentes las voces, el silencio. A orillas del amor, del mar, de la mañana, en la arena caliente, temblante de blancura, cada uno es un fruto madurando su muerte. (Idea Vilariño- La suplicante) Volver a un libro es regresar a un reino perdido, a una patria que tuvimos que abandonar a toda prisa, de madrugada, apenas alumbrados por las antorchas; es como entrar de nuevo a una casa que nunca se terminó de construir; como meter la mano en un cajón que fue nuestro pero ahora es de otro; o volver a una playa sabiendo qu

Acompañar

“Yo voy acompañando al árbol siempre… Siempre voy paralelo al desarrollo del árbol… “. Antonio López. El sol del membrillo. De todo el léxico didáctico que nos acompaña a final de curso, momento de buenos propósitos para el año entrante y demás pamplinas burocrático-administrativas, me quedo con una palabra: acompañar. No creo que haya que hacer mucho más en el ámbito de la educación obligatoria. Acompañar al alumno mientras él va aprendiendo, mientras está en clase, mientras toma el almuerzo, mientras se angustia porque la chica del pupitre de enfrente lo ha rechazado, mientras golpea con fuerza la pelota para demostrar que es más fuerte que los demás, mientras pregunta a sus compañeros sobre cómo debería afrontar determinado problema, mientras se pelea con su memoria al intentar recordar la estrofa de una canción o las leyes de la termodinámica. Estar ahí, que sepan que estamos: mientras escribe su primer soneto y cree que el lenguaje se ha inventado

Elogio del aburrimiento

Acostumbrados como estamos a deslizar el dedo por la pantalla del móvil mientras las imágenes y las frases ingeniosas llenan nuestro presente con su cháchara fácil y banal, metidos en la balumba de citas y programas y obligaciones múltiples (parrillas televisivas, clases de spinning, depilación láser…) apenas somos capaces de pararnos y contemplar, de advertir que lo que ocurre a nuestro lado es único e irrepetible. O peor aún, que eso maravilloso e irrepetible que pasa a nuestro lado deja de serlo en cuanto somos incapaces de prestarle atención. Que se nos pasa la vida enganchados constantemente a una infinidad de quehaceres inútiles. Que si lo piensas bien, hasta dan ganas de llorar. Es como si todo el tiempo tuviéramos que estar entretenidos y ocupados. Como si esas horas de silencio y lectura o conversación, de estar sentados frente a un árbol, de sentir que el tiempo pasa despacio o que la lluvia moja ligeramente los campos resecos son una pérdida de tiempo. Porque no dan