Nos queda su palabra, dijo alguien al morir un poeta. ¿Y qué es lo que nos queda?, pensé yo. ¿Un destello de vida en el abismo? ¿Un relumbre de muerte? ¿Una limpia cosquilla de algo concluido? ¿Qué es lo que nos queda cuando queda tan sólo la palabra? ¿Rodeno, inmarcesible, esmerilado? ¿Qué palabra nos queda cuando queda tan sólo la palabra? ¿Nos queda algo del pálpito en el pálpito, una huella de amor en el amor, una miga tan sólo de aquel trozo de pan que iluminara el son de aquellas voces en una sobremesa? Si queda miedo o dicha, adentro u horizonte, deseo o turbación, ¿qué ha de importarnos? La noche va creciendo en la ventana como una mueca sorda y aprendida de costumbre y de hielo y con ella el vacío que nos lleva, sin embargo, yo sonrío al oír mis dedos desplazarse entre las teclas, este extraño claqué de extraños pensamientos que vagan junto a mí y que nada me dicen cuando dicen: el tiempo.
Blog personal de Lola Mascarell. Historias cotidianas, del aula a la poesía