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La higuera




¿Es locura —o bien juicio recobrado—
detener el andar, pararse en medio
de la acera del día para hablarle
al árbol retoñado que se encuentra
delante de nosotros? Para hablarle
muy de cerca aunque mudos y por dentro,
sin musitar palabra, pero hablarle
como lo haríamos ante el amigo
bueno con quien estamos siempre a gusto.
Yo me detengo a veces de este modo.
Me pongo en un rincón, junto al lugar
que ya se había transformado en casa,
en seguro recinto de la vida,
y oigo el temblor de todas esas hojas
como un pueblo con una sola lengua;
escucho el agua de ese movimiento
que es libertad al tiempo que destino,
y en su verdor iluminado aprendo
a ser mejor y más el ser que quiero.

      Antonio Morenoen Nombres del árbol



¿Qué hay en los árboles, en algunos árboles, que imanta nuestro ánimo y nos iza y nos habla y conmueve? ¿Qué algoritmo de tiempo y eternidad señala en nuestro mapa sus justas coordenadas? ¿Crecía allí una fuerza de energías previa a esa presencia que allí nos convoca o fue la presencia de un suceso concreto y excepcional quien hizo ponerse a girar allí todas las energías? 

Recuerdo un olivo centenario perdido en una loma del Maestrazgo al que iban a parir las mujeres desde hacía siglos, el extraño magnetismo que emanaba del tronco, el silencio sonoro que poblaba su sombra. Y también aquel olmo que abracé desde su copa en un valle soriano (y que no era ese otro turístico y hendido por el rayo que cantara Machado), el olor a verdín de su corteza, el rumor de su entraña latiendo en mis oídos. Y esos álamos dorados y rientes en la ribera del Duero. Y esos otros que peinan el aire y lo hacen río en un poema. Y los pinos de agosto en la sierra arrasada. Los altos eucaliptos en la fuente del Marche donde una vez el mundo se llenó de relieve. Y la ausencia de almendro en la parte de atrás de mi chalet.


Hace poco he añadido uno más a mi álbum: una higuera en un huerto de Orihuela. El verde recién nacido de sus hojas, la dulzura de olor de su resina, la bondad de su sombra, me han llamado a su lado y allí he ido, con un libro en la mano. Un círculo de alumnos apretados me rodea y me escucha: Volverás a mi huerto y a mi higuera… Abril ya pajarea entre las hojas. Después se ha hecho el silencio. 

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