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Mostrando entradas de enero, 2015

Volver a la niebla

La primera vez que lo leí fue en un parque británico llamado Kings Park, cuando todos los libros aún estaban por leer. Me senté en la hierba. Abrí la primera página. Y no me volví a levantar hasta la última. Había terminado COU. Era verano. Y el tiempo parecía infinito. Ahora lo he vuelto a leer al compás de mis alumnos. De tarde en tarde, cuando las obligaciones me lo permitían. Lo he leído intentando ponerme detrás de sus ojos por ver si recuperaba el asombro de aquel verano mítico. No ha sido necesario.  Los pensamientos de Augusto Pérez, los diálogos con don Fermín, con Víctor, con Orfeo o con don Miguel, sus cuitas amorosas, sus guiños y sus trampas, sus transgresiones , y  sobre todo, su humor, parecían recién estrenados. Al fin y al cabo, ¿qué somos sino personajes de una novela o de una tragicomedia donde alguien –llamémosle destino, azar o dios- nos mueve a su antojo? Todos somos Augusto: paseantes sin rumbo que, enamorados de todo, andamos buscando algo (lláme

Habitación Dickinson

  Junto a una luz que se va vemos más intensamente, que junto a un pábilo que perdura. Hay algo en el vuelo que aclara la vista y embellece los rayos . Emily Dickinson Son las 18.47 de la tarde. Domingo. Los días ya alargan un poco. Pero enero. Hace apenas un rato todavía podía verse entre las nubes un pequeño destello de lo que fue el día que ahora termina, una minúscula marca de luz entre las nubes. Apenas pasan coches. Los domingos son así. Parecen tumbas. A veces he pensado que la muerte se debe parecer a una tarde interminable de domingo. Sin embargo, estoy viva, reluciente de vida, y leo a Emily Dickinson. La leo rápido, sin detenerme apenas. Saltando entre los poemas. Casi sin pausa. La leo sin entenderla del todo, pero sonriendo. Me sorprenden el sentido del humor, las finas ironías. Aunque me abruma lo que en la traducción me pierdo. Porque el inglés. Incluso el español. Es raro. A veces intento explicarlo en clase, pero no sé si me ent

París es una enorme metáfora

Viajar a París es, también, habitar el interior de un libro, transitar páginas que son calles, perseguir las huellas de los personajes, en mi caso de Horacio y de la Maga.”Huella y aura. La huella es el anuncio de una proximidad, por lejano que esté quien la dejó. El aura es el anuncio de una lejanía, por cerca que esté lo que la evoca. Mediante la huella, nos apropiamos de la cosa; mediante el aura, la cosa se apropia de nosotros”. La cita es de Walter Benjamin, de un librito con apuntes sobre la ciudad de París recientemente comprado en el Gu gg enheim de Bilbao y llevado de mi mano hasta el Louvre. Al fin y al cabo -aquí también- todo está lleno de puentes. Buscar correspondencias, que cada cosa remita a otra -un rostro a otro rostro, una frase a otra frase- es, en palabras de Benjamin, la verdadera esencia del flaneur . Y como tales nos dejamos llevar por las calles heladas y su fragor navideño. Escribe Proust: “Entonces, totalmente alejado de esas inquietudes liter