Mi patria es ahora una ventana
luminosa de ordenador en la que refulge el blanco. Pequeños caracteres van
llenando de negro apenas un pequeño porcentaje de la superficie. Lo demás es
silencio. Un silencio preñado de sentido que parte de los versos en los que Ana
Blandiana celebra su patria A4. Su folio inmaculado. La patria del desasosiego. “¿Conseguiré
alguna vez/ descifrar las huellas que no se ven?” Lo leo y siento el temblor de
las palabras que podrían ser dichas, el leve terremoto del pensamiento mientras
busca una forma en la que materializarse. El blanco me mira desde la pantalla.
Y muy cerca de él, junto al teclado, el blanco roto del libro recién
cerrado (Mi patria A4, Pre-textos, 2014)
se me antoja abierto todavía.
Lo escucho. Habla de poesía. Del
torbellino de la poesía cuando busca enunciar lo que es de nadie porque es del
pensamiento. De lo que la poesía no dice. De lo que las palabras dejan sin
decir. Porque la casa del poeta está llena de puertas. Y de espacios vacíos. Y
la suya, la de Ana Blandiana, de ventanas al aire, de agujeros de tiempo donde
volcar lo que la razón común nos dice a través de su mano: “ahora me parece que
ese alguien se ha instalado fuera de mí y, taciturno y poco comunicativo, ya no
se molesta en aclararme nada, sino que, ajeno y apresurado, simplemente toma mi
mano y la mueve sobre el papel”. Nada nuevo. La originalidad no está en el
tintero de su poesía (“los grandes poetas se asemejan entre sí”). Tan sólo quiere
seguir cantando lo que se ha cantado siempre: la vida, la muerte, el amor, la
naturaleza y sobre todo, el tiempo: “un personaje transparente/ o sólo una
brisa/ que ni siquiera sientes/aunque te roza”.
Decir algo nuevo sobre estos lugares
comunes. O más. Decir algo en los intersticios que dejan las palabras al hablar
de estos lugares comunes es uno de los puntales mágicos del libro. De ahí que,
en una primera lectura, algunos poemas parezcan crípticos, o excesivamente
conceptistas. De ahí, quizás, la emoción que nos abre a ellos al comprender, en
la relectura, que es de nuestra propia vida de lo que nos está hablando, de
aquello que nos pasa, de lo que siempre nos ha pasado, sin necesidad de complejidades
retóricas, dobles sentidos u ocultas interpretaciones.
Nace así una poesía luminosa,
reticente, evocadora, que parece surgida de la semilla de la celebración y que,
sin embargo, está conectada con el más amargo de los presentes. Una poesía a
veces social que habla desde la alegría, desde la belleza, nunca desde el
panfleto (Blandiana fue una valiente opositora al régimen de Ceaușescu, tal y
como nos cuenta en su excelente prólogo Viorica Patea, traductora del libro
junto a Antonio Colinas). Su crítica al
progreso se materializa en unos jóvenes que pasan patinando “con los
auriculares retumbando en sus oídos/ y los ojos clavados en las pantallas/ sin
advertir que las hojas caen/ que los pájaros se van”. Y mientras ellos pasan,
ella se queda mirando, contemplando los pequeños matices del mundo desde lo
alto de la montaña o la frontera breve que delimita el cambio de las
estaciones. Porque hay en sus poemas un contacto onírico, casi místico, con la
naturaleza: “En las colinas, el alma/ recobra su aliento/ lo verde le sienta
bien”.
Y en medio de ese clima, en esa
irrealidad bucólica (“Cuando ando descalza
por la hierba/ la electricidad fluye a través de mí”), en ese espacio
libre de las ataduras de la prisa, de los imperativos de la velocidad es donde
Ana Blandiana sitúa su reflexión sobre la vida, su intento de responder a las
preguntas formulando otras nuevas. Los cerezos abatidos, las iglesias cerradas,
“el árbol cuyo nombre desconozco”, la ropa de la madre, las semillas de piedra
evocan la vejez, el paso del tiempo, la dificultad de expresarse, la distancia,
la incapacidad de entender el mundo, las dudas sobre la génesis del universo.
Todo cabe en su poesía porque está llena de espacios en blanco. Porque no
explica, sólo señala. Sus poemas son espejos en los que nos reflejamos:
nosotros que en realidad no somos “más que restos, formas vacías/ panales de
los que se ha escurrido/ la miel de la eternidad”.
Publicado en Artes y letras, el sábado, 28 de junio de 2014
La patria del
desasosiego
Ésta es la patria del desasosiego
A punto de cambiar de opinión
De un momento a otro
Y, no obstante, sin renunciar a esperar algo indefinido.
Ésta es mi patria,
Entre estas paredes,
A unos metros los unos de los otros,
Y ni siquiera en el espacio completo entre ellos,
Sólo en la mesa con papel y lápices
Dispuestos a moverse solos y empezar a escribir,
Esqueletos animados bruscamente por unas plumas más
antiguas,
Sin usar desde hace mucho tiempo, con la pasta seca,
Que se deslizan frenéticamente sobre el papel
Sin dejar ninguna huella…
Ésta es la patria del desasosiego:
¿Conseguiré alguna vez
Descifrar las huellas que no se ven.
Pero que sé que existen y esperan
Que las pase a limpio
En mi patria A4?
Ana Blandiana
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